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El Subdesarrollo

A partir aproximadamente de la cuarta década del siglo XX, Venezuela puede ser definida globalmente como un país capitalista subdesarrollado; tal afirmación se ve traducida en una posición claramente definida dentro del esquema mundial centro-periferia como productor seguro y confiable de materias primas para el mercado único capitalista mundial, consumidor de productos manufacturados y dependiente de los centros tecnológicos y financieros mundiales.

La dureza del planteamiento anterior se concreta en que Venezuela, como otros países en condiciones similares, no disfrutan “las bondades de capitalismo” pues el capitalismo periférico esta signado al parecer de manera permanente por la deformación, la distorsión y la crisis que se genera a partir de un modelo de “crecimiento hacia fuera”.

El subdesarrollo se gestó paralelamente al desarrollo; por tanto ambos procesos están indisolublemente ligados entre sí y constituyen manifestaciones de un mismo fenómeno social.

La distorsión del sistema económico y social vigente, con sus secuelas dramáticas de atraso y miseria, constituyen una de las características que distingue una situación de subdesarrollo, y tal situación ha surgido a través de un proceso histórico coincidente con el que otros países engendró el pleno desarrollo. De manera que mientras desarrollo y subdesarrollo han crecido paralelamente, el curso histórico de las naciones ha sido divergente; porque el desarrollo aumenta el desarrollo, mientras el subdesarrollo dificulta el crecimiento socio-económico. Así han venido ahondándose las diferencias, lo mismo entre países ricos y pobres que entre sectores privilegiados y no privilegiados en el interior de las naciones. Y mientras esto sucede, las soluciones recomendadas por los estudiosos e intentadas por los estadistas no han surtido el efecto favorable esperado.

La situación de dependencia económica y cultural en que se encuentran nuestros países, tanto en lo externo como en lo interno, constituye la causa más directa de la situación de subdesarrollo y de marginalidad, y por lo tanto, de las dificultades con que tropieza el desarrollo de la comunidad como procedimiento de integración social y económica. La mayoría de los programas de desarrollo de la comunidad pierden su efectividad en virtud de que enrumban su tarea hacia la eliminación de los efectos del subdesarrollo, olvidando las verdaderas causas, que producen la situación de dependencia.

En otras palabras, América Latina vive bajo una situación permanente de injusticia y desequilibrio. No existen mecanismos adecuados de distribución de la riqueza, no se genera empleo suficiente para la creciente población, y las diferencias entre una clase social privilegiada y un sector populoso de grandes masas desamparadas se acentúan a medida que se inyectan nuevas fuerzas al sistema. En este sentido, la acción comunitaria puede llegar a surtir un efecto contrario al que se busca, que es supuesto de toda acción integradora, realizada bajo esas condiciones, lo que constituye a lo más un paliativo; pero nunca una solución a problemas que requieren medidas de cambio social.

Se hace necesario plantear nuevos modelos que permitan la incorporación efectiva de los sectores marginados al proceso de desarrollo, en base a cambios estructurales. El esquema “marginalidad-integración-desarrollo” es inoperante. La integración de los marginados no se puede lograr dentro del mismo sistema que ha engendrado la marginalidad. Los modelos actuales de desarrollo siguen generando marginalidad; por eso se hace inútil todo esfuerzo de desarrollo comunitario en busca de la integración socio-económica. El desarrollo de la comunidad tiene que convertirse en un instrumento efectivo para lograr transformaciones sociales y culturales que permitan alcanzar el verdadero desarrollo.

Muchos pueden preguntarse por qué no es posible alcanzar un desarrollo dentro del sistema, que nos permita obtener niveles de pleno empleo, repartir mejor nuestras riquezas y apurar la explotación efectiva de todos los recursos naturales por medio de una sociedad competitiva, organizada al modo de los países industrializados de hoy. La respuesta sería que es precisamente esa forma de organización social la que constituye un impedimento para alcanzar esas aspiraciones. Ni la política de sustitución de importaciones, ni el desarrollo industrial de nuestras ciudades, ni las medidas de inyección de capital para impulsar nuestra economía, ni los estímulos al comercio internacional son suficientes para resolver nuestra situación.

No vamos a indicar, dentro de la brevedad de este trabajo, las medidas de solución que serían efectivas. No es tan fácil hacerlo. Tal vez el lector los encuentre en siguientes trabajos. Pero bastarían algunas consideraciones para convencernos de cómo ha sido infructuoso hasta ahora el esfuerzo realizado. Ninguna sociedad hasta el presente ha logrado ofrecer plena igualdad de oportunidades a todos sus miembros. A medida que avanzan la ciencia y la técnica, se hace más y más difícil garantizar a las nuevas generaciones el nivel de capacitación requerido. La sociedad de consumo no ha conseguido sino exacerbar a las juventudes, por una parte saciadas hasta el hastío y por otras desesperadas en medio de sus policarencias. En América Latina, específicamente, no se ha conseguido motivar a las masas ni a las élites. La desintegración es amenazante. Y la postración económica impide todo esfuerzo por incorporar las mayorías en la búsqueda del desarrollo integral. El desarrollo de la comunidad tiene que convertirse en un instrumento para lograr la más efectiva participación popular en el proceso de transformación estructural. La participación popular debe ser entendida como el incremento de la representatividad así como la intervención de todos los sectores sociales en la vida nacional, mediante la utilización de instrumentos que permitan la toma de decisiones de los sectores populares, a nivel local, regional y nacional. Para ello debe haber una cooperación eficiente de todos los grupos en la fijación de las metas nacionales y en la administración de los recursos para alcanzar esas metas.

Bastante desalentadoras las estimaciones de un vocero para el subcontinente del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Bernardo Kliksberg: América Latina produce alimento para una población tres veces más de la que posee, y, sin embargo, su gente no sólo padece hambre sino que muere por desnutrición. Cifras como estas: 91,3/100.000 de mortalidad materna, 32,1/1000 de mortalidad infantil y 25,3/100.000 en incidencia de homicidios, parece ponernos en claro que lo único con que cuenta la pobreza es con la exclusión y la posibilidad de morir en breve.

Razones más que suficiente para hacernos pensar en el modelo político que nos rige, o que nos ha regido desde siempre, y que tiene en las clases pudientes y explotadoras sus más acérrimos seguidores. Dejándose llevar por semejante jauría de hienas, es difícil salir del marasmo miserable en el que se encuentra sumergida América Latina, pues resulta evidente que su norte -el de la clase dominante- no sólo son los EEUU, literalmente, sino la maquiavélica actitud de mantener a los pueblos bajo un manto de ignorancia con el propósito de que no descubran ni reclamen por sus derechos. Por eso es que tantas empresas transnacionales, de países desarrollados, procuran en lo posible la mano de obra de estos lares, con la venia de los gobiernos locales, que aprovechan la ocasión para afirmar que "hay más empleo".

Quienes abominan de todo aquello que suene a socialismo o posibilidad de cambio, deberían responder si semejantes cifras de pobreza se le pueden atribuir a un modelo económico que lejos está de implementarse en nuestros países, esto es, como ellos mismos lo llaman en sus periódicos, el horrible comunismo. Son cifras de tu sistema, estimado ciego, el sistema actual.

Cosas como estas nos llevan a verdades que lucen incontrovertibles: subdesarrollo no consiste más que en un problema de administración de los recursos: porque se puede estar lleno de alimentos o de petróleo o de oro, pero, si están indebidamente administrados, alcanzan para tres o cuatro pelagatos en vez de llenarle el buche a millones. Y es que en América Latina creo que tenemos un problemas más serio, más allá de una deficiente administración: la riqueza se queda en pocas manos. Tres o cuatro familias se hacen dueños de las tierras y de los medios de producción, chantajeando el progreso de sus propios países en aras de la opulencia de sus bolsillos.

Será siempre comprensible que hasta los muertos, que en vida pertenecieron a la clase pudiente de sus países, forcejeen en sus tumbas para levantar la lápida y salir a protestar contra estos vientos de cambio que soplan sobre los pueblos de América. Ya era hora.

Al leer nuevamente lo que Celso Furtado escribió sobre el subdesarrollo (años 60) percibimos claramente su vigencia. Utilizando el razonamiento estructuralista y el método histórico, Furtado llega a las siguientes conclusiones: "el subdesarrollo es (...) un proceso histórico autónomo", no constituye "una etapa necesaria (...) de formación de las economías capitalistas"; "la única tendencia visible es que los países subdesarrollados continúen siéndolo"; "el desarrollo del siglo XX ha venido produciendo una concentración creciente de la renta mundial", con "un incremento progresivo de la brecha entre las regiones ricas y los países subdesarrollados"; "el subdesarrollo es la manifestación de complejas relaciones de dominación-dependencia entre los pueblos, [con tendencia] a autoperpetuarse bajo formas cambiantes"; todo lo anterior amerita que se "tome conciencia de la dimensión política de la situación de subdesarrollo", por medio de la creación de "centros nacionales de decisiones válidas".

Con América y el capitalismo se configuró un patrón de poder mundial uno de cuyos basamentos, su instrumento mayor de dominación, es la idea de raza en tanto que estructura biológica que diferencia a la población humana entre inferiores y superiores porque está asociada a las respectivas capacidades de producción cultural, intelectual en especial. De ese modo, las antiguas ideas sobre la superioridad e inferioridad de las gentes en relaciones de dominación, fueron naturalizadas. Sobre esa base y durante los cinco siglos siguientes se clasificó a la población del planeta entre razas superiores y razas inferiores . Y esa clasificación fue articulada con el control del trabajo y con el control de la autoridad y de la subjetividad.

Sobre la base de la idea de raza se produjeron y distribuyeron las nuevas identidades sociales (indio, negro, amarillo, aceitunado, blanco, y mestizo) que se conforman como el eje de distribución mundial de las formas de dominación/explotación/conflicto sobre el trabajo. De igual forma se produjeron y distribuyeron también las nuevas identidades geoculturales (América, Europa, Asia, África, Oceanía, Oriente y Occidente) según las cuales se distribuyó el control del poder político y cultural en el planeta.

El colonialismo fue el escenario y el marco que permitió la constitución de la idea de raza como el instrumento universal de clasificación social básica de toda la población del planeta. Y esa clasificación probó ser, hasta ahora, el más eficaz mecanismo de dominación dentro del poder mundial capitalista. De esa manera el patrón mundial de poder capitalista se constituyó en su carácter de colonial/moderno. Cuando el colonialismo fue eliminado, la relación colonial de dominación entre razas no sólo no se extinguió, sino que se hizo en muchos casos mucho más activa y decisiva en la configuración del poder, desplazándose de una institucionalidad (el colonialismo) a otra (países independientes y/o estados-nación) y en consecuencia rearticulándose a escala global. De eso da cuenta el concepto de colonialidad del poder.

La colonialidad del poder fue determinante en el proceso de eurocentramiento del poder capitalista mundial. Por cierto, el desplazamiento de las rutas mundiales de comercio al Atlántico tras la formación de América, permitió la constitución de Europa como nueva identidad histórica y la hegemonía mundial de Europa Occidental. Pero la virtual exclusividad de la relación capital trabajo asalariado entre europeos o blancos, mientras se imponía sobre todas las demás razas todas las otras formas de explotación, no podría ser explicada solamente por la nueva geografía del tráfico comercial, ni por las inherentes tendencias de la relación social llamada capital. Y fue dicho eurocentramiento del control del capital como relación social, y en consecuencia, de la producción industrial, lo que produjo en lo fundamental la división radical entre centro y periferia del capital, la concentración del desarrollo del capital y de la sociedad del capital en el centro, la configuración del poder entre burguesía y trabajadores asalariados, el mercado como piso y límite de las relaciones entre lo público y lo privado, el eurocentramiento de la nueva racionalidad correspondiente al nuevo orden mundial y su hegemonía mundial.

Europa se hizo el centro de la elaboración intelectual de la experiencia colonial/moderna del conjunto del capitalismo. El resultado fue el eurocentrismo, una perspectiva de conocimiento tributaria por igual de las necesidades capitalistas de desmitificación del pensamiento sobre el universo y de las necesidades del blanco de legitimar y perpetuar su dominación/explotación como superioridad natural. Eso incluía la apropiación de las conquistas intelectuales y tecnológicas de los pueblos colonizados. Pero, sobre todo, un modo de imponer sobre ellos un distorsionante espejo que les obligara a verse con el ojo

del dominador. El eurocentrismo ha tenido plena hegemonía mundial, aunque siempre contestada dentro y fuera de Europa. En la crisis del mundo capitalista, también ha ingresado en la más radical crisis de su larga historia.

La discusión sobre el eurocentrismo y la urgencia de una descolonización epistemológica, forma parte del actual debate mundial sobre el conocimiento. En América Latina, ninguno de esos procesos puede ser explicado, ni entendido, como producto exclusivo de las virtualidades inherentes al capital como relación social, ni de lo europeo como una cualidad natural particular. Fue la clasificación racial de las gentes del nuevo poder capitalista lo único que realmente llevó al virtual monopolio blanco/europeo de la relación capital/salario y de esa manera del monopolio de la producción industrial durante las primeras centurias del capitalismo colonial. Europa centralizó en su propio espacio las relaciones entre capital y trabajo asalariado, hasta el siglo XIX; en torno de esas relaciones fueron articuladas todas las demás formas de trabajo en el resto del mundo y, en consecuencia, las relaciones entre Europa y el resto del mundo.

De ese modo se configuró un patrón de poder que podemos reconocer como capitalismo mundial, eurocentrado y colonial/moderno. La versión europea de la modernidad es, en esa perspectiva, la otra cara de la colonialidad del resto del mundo. Y esa modernidad/colonialidad es la expresión central de la clasificación de la población mundial en torno de la idea de raza.

El Estado-nación en el capitalismo colonial/moderno y eurocentrado Aquellas condiciones históricas llevaron a que en Europa se fuera desarrollando el capital como relación social, mientras en el resto del mundo se imponía la reproducción de las demás formas de explotación del trabajo, redefinidas por sus nuevos lugares y funciones en relación al dominio del capital y del mercado mundial. En torno del eje capital/Europa se articularon las demás formas (esclavitud. servidumbre, pequeña producción mercantil independiente, reciprocidad) y América, África, Asia. Ese es el patrón de poder colonial/moderno, eurocentrado, mundial y capitalista que persiste desde hace 500

años.

De ese modo, en Europa Occidental se fue configurando y desarrollando una estructura de poder en los términos del capital y del dominio europeo sobre el resto del mundo. En el resto del mundo colonizado, en los términos de las otras formas de dominación/explotación/conflicto del capitalismo mundial.

Así, los procesos de clasificación social de la población ocurrían en un doble canal: 1) en Europa, básicamente en los términos del capital (burguesía, sectores medios, asalariado urbano, campesinado). Y entre una raza homogénea, blanca; 2) en el resto del mundo, en los términos de las relaciones de esclavitud, servidumbre, reciprocidad, pequeña producción mercantil, salario. Y junto con las líneas precoloniales de clasificación, o sobre sus escombros, se erigía un nuevo patrón de clasificación fundado en la colonialidad del poder, entre europeos o blancos y las demás razas dominadas o inferiores.

En Europa, por lo tanto, la experiencia social tendía a la mercantización de las relaciones sociales cotidianas, a la secularización de la subjetividad y de las relaciones intersubjetivas. Las formas de diferenciación y de organización de intereses sociales, y las líneas de sus conflictos, convergencias y antagonismos, tendían a procesarse en esas mismas líneas. La expansión del mercado en la etapa competitiva de la organización de los capitalistas, junto con las luchas contra el antiguo régimen, facilitaron las luchas de los explotados del capital contra los capitalistas, pero también los obligaron a apoyar a sus explotadores contra las clases señoriales y contra sus rivales en la disputa por

el control de territorios y de población.

Es ese el contexto preciso en donde se enmarcaron los conflictos y negociaciones entre grupos burgueses por la distribución del control de recursos, y donde se dio el control de la generación y gestión de las instituciones y mecanismos de autoridad pública. Y la lucha de todos ellos y los trabajadores por la distribución de ingresos por el acceso al mercado en términos de igualdad y por el acceso a niveles y ámbitos subalternos, pero no menos reales, en las instituciones de autoridad pública. El mercado interno en el período del capital competitivo fue no sólo un resultado de la actuación del capital, sino un resultado de los conflictos/negociaciones político-sociales. La ciudadanía, como igual representación jurídico/política de desiguales en todos los otros ámbitos del poder, se constituyó, precisamente, sobre esas bases.

En cada país o espacio de dominación en donde esos procesos pudieron ser profundos y duraderos, y en especial allí donde produjeron revoluciones que permitieron depurar el carácter del poder de las relaciones señoriales de dominación, los procesos de democratización de las relaciones sociales, del control más o menos difundido de recursos de producción, permitieron también la difusión relativamente importante del control sobre las instituciones de autoridad pública, es decir, de representación política en los términos de la jerga de la llamada ciencia política actual. Todos esos procesos, llevados a cabo en espacios estables de dominación, produjeron relaciones intersubjetivas particulares, sentidos de pertenencia a espacios-tiempos singulares, que han sido denominadas como identidades nacionales. Esto es, la democratización de la sociedad y del Estado ha corrido pareja con la nacionalización de los mismos, en el específico sentido de los estados-nación modernos.

En cambio, en las regiones donde fue impuesta la colonialidad del poder, las tendencias de configuración del poder fueron todo el tiempo sus prisioneras.

Para partir, porque las relaciones del capital como tal eran, necesariamente más débiles o fragmentarias o vinculadas a sectores no-industriales, dada la centralización de tales relaciones sociales en Europa. Luego, porque en esas condiciones, el mercado y las exigencias de relativa democratización del control de recursos de producción estaban bloqueadas por el dominio colonial, y sobre todo, por supuesto, el acceso al control democrático de las instituciones de autoridad. La democratización de las relaciones sociales cotidianas, requiere en todas partes que los unos y los otros, se reconozcan como de la misma naturaleza. La colonialidad del poder, la clasificación racial de la población hace, literalmente, imposible toda democratización real.

Por eso, como lo muestra sin atenuantes la experiencia latinoamericana, el desarrollo de Estados-nación en estos países sólo ha sido viable de modo parcial y precario. Si hay algo de incompleta biografía en estas tierras es, justamente, el estado-nación. Y mientras la colonialidad del poder no sea erradicada, ese proceso no podrá culminar, porque ella actúa de un modo específico sobre Estado-nación moderno y América Latina es uno de sus más definidos espacios (v. Quijano, 1993, 1994).

La dependencia histórico-estructural: la experiencia de América Latina Los grupos sociales que en América Latina conquistaron el control del poder en el momento de la Independencia, eran los blancos de la sociedad. Y aunque en cada uno de los nuevos países eran una reducida minoría, ejercían la dominación y la explotación sobre una abrumadora mayoría de indios, negros y mestizos. Estos no tenían acceso al control de ningún recurso de producción importante o fueron despojados del que habían tenido durante la Colonia, y además impedidos de toda participación en la generación y en la gestión de las instituciones políticas públicas, del Estado. La colonialidad del poder era la base misma de la sociedad.

Con el control concentrado de los recursos de producción y de las instituciones y mecanismos de autoridad política, tales blancos no sólo se percibían y se sentían distintos de los indios, negros y mestizos. Se consideraban, por raza, naturalmente superiores y próximos a los demás blancos, esto es, europeos.

Por sus intereses de explotación, de una parte, y por la clasificación racial, asumían necesariamente que sus intereses sociales y su cultura eran directamente antagónicos con los de esa inmensa mayoría dominada, pues el control del poder lo ejercían, precisamente, sobre la base de esa colonialidad de la clasificación social de la población.

En consecuencia, tanto en la dimensión material como en la intersubjetiva de las relaciones de poder, los intereses y las afinidades de los dominadores de los nuevos países, estaban imposibilitados de toda posible comunidad, es decir de alguna posible área o esfera común, por mínima que fuese, con los intereses de los dominados, no sólo y no tanto en el ámbito interno de cada espacio de dominación o país, sino, precisamente, en relación con los intereses de los grupos dominantes de los países del centro, en Europa o fuera de ella.

La imposibilidad de la democracia en la sociedad, dada la colonialidad del poder, hacía igualmente imposible la nacionalización de esa sociedad. En toda nacionalización de una sociedad, tiene que haber un espacio significativo, real o simbólico, donde todos los sectores de la sociedad, esto es del patrón de poder vigente, tengan o perciban algo en común, esto es una comunidad. La identidad nacional es la expresión de esa forma de relación de poder. Y en el Estado-nación moderno, sin excepción conocida, es la democratización de las relaciones sociales y políticas el espacio común y la fuente de toda identidad nacional, si no se trata sola y banalmente de la nacionalidad legal.

Dada esa configuración de poder, toda posible democratización, por reducida que fuese, implicaba una descolonización de las relaciones de poder, la erradicación de la idea de raza como mecanismo básico y universal de clasificación social de la población. Y el hecho era que, en la casi totalidad de los nuevos países la fauna dominante no era siquiera una proporción amplia de la población, como ocurría por ejemplo en Estados Unidos, donde las víctimas de la colonialidad del poder eran una minoría. En América Latina, los dominantes, los beneficiarios de las relaciones coloniales de poder eran una muy pequeña minoría. El nuevo Estado era, por lo tanto, el de una de las razas, no el del

conjunto de la población, ni siquiera de una parte mayoritaria, no podía ser, en consecuencia, nacional.

Eso explica por qué en América Latina en su conjunto -aunque con muy importantes particularidades y distancias entre los países- durante todo el siglo XIX los grupos dominantes articularon sus intereses exclusivamente a los de sus pares, la burguesía blanca, especialmente la de los países más poderosos, como Inglaterra y Francia y más tarde Estados Unidos. Y en medida alguna a la de los sectores dominados de la población de sus propios países. No se trataba de una subordinación a la burguesía del centro, sino de una comunidad de intereses fundada en la colonialidad del poder dentro del capitalismo mundial. La subordinación vino después, como consecuencia de esa articulación o comunidad de intereses, ya que toda articulación de intereses entre los grupos dominantes latinoamericanos y los europeos sólo podía hacerse con los primeros como socios menores.

Esa condición de socio menor en la asociación de intereses con la burguesía del centro, era por cierto el resultado de la política colonialista de los tres siglos anteriores, que extrajo riquezas y trabajo de manera gratuita de los territorios y poblaciones americanas, y que en las áreas llamadas ahora andinas y que formaban el Virreinato del Perú consistió, desde el comienzo del período borbónico en el Imperio Español, casi enteramente en un saqueo continuado de recursos y de eliminación de las bases de la previa gran producción manufacturera, minera y de agricultura comercial. Todo lo cual, además, se combinó con el abandono del Pacífico en el tráfico comercial mundial y la ascensión hegemónica del centro y norte de Europa en el capitalismo mundial. Pero los efectos de esa política colonialista fueron agravados y reproducidos por la nueva articulación dependiente fundada en la colonialidad del poder.

La colonialidad del poder en América Latina bloqueaba a los blancos dominantes todo propósito de desarrollar el capital como relación social, porque eso habría implicado asalariar a las razas colonizadas y el eurocentramiento del capitalismo había impuesto una clara división racial del trabajo. Los indios y los negros eran siervos o esclavos. Y esa era la base del poder de los dominantes de los nuevos países. La producción industrial, con todas sus implicaciones en las relaciones materiales e intersubjetivas en la sociedad, estuvo excluida durante largo tiempo, hasta que las necesidades del capital monopólico y la exportación de capital desde el centro a la periferia lo hizo necesaria.

Cuando ya no solamente los blancos sino también los mestizos, de esa clasificación colonial, fueron ganando espacio en esa configuración de poder por medio de largos y con frecuencia sangrientos conflictos y regímenes militares, se hizo visible todo el peso del eurocentrismo en su perspectiva de conocimiento, en su actitud frente a los blancos, indios y negros, y en toda su política dentro de, y respecto del capitalismo mundial. La política de la dependencia no sólo fue reproducida, sino acentuada y profundizada, y se transformó en subordinación: desde la crisis mundial en el tránsito del capital competitivo al capital monopólico, alrededor de 1870, cuando casi todo aquello que las oligarquías blancas habían conservado como su heredad colonial, fue pronto entregado a la nueva voracidad del capital monopólico no-industrial, procedente del centro. La colonialidad del poder y su correlato, la dependencia histórico-estructural de la sociedad capitalista en América Latina, quedaron duraderamente articuladas al nuevo dominio del capital del centro.

Es de esa configuración de poder en el capitalismo, fundada no en la imposición sino en la comunidad de intereses, a su vez fundada en la colonialidad del poder, local y global, de lo que da cuenta el concepto de dependencia histórico-estructural. Esta es, rigurosamente, un componente de la colonialidad de poder en el capitalismo mundial.

Los espacios ganados contra ella desde la Revolución Mexicana y en especial desde la Segunda Guerra Mundial, no fueron suficientes ni estables, las luchas fueron regidas por una idea eurocéntrica del Estado-nación. Ahora están en riesgo de ser devueltos al dominio de la colonialidad en las condiciones de la globalización del patrón de poder imperante. La cuestión del Estado nación y sus relaciones con la idea del desarrollo, sigue abierta.

No escapa a la observación que este concepto es pariente, pero en lo fundamental diferente, con el de dependencia estructural, en cualquiera de sus versiones (Cardoso-Faletto, Dos Santos). Con áreas puntuales de convergencia con ese último concepto, que fue el que ganó presencia hegemónica en el debate latinoamericano y mundial de ese período, el concepto de dependencia histórico-estructural parte de una perspectiva de conocimiento distinta y aunque no omite la cuestión del Estado-nación, implica una perspectiva global para toda la historia del capitalismo. El gradual despliegue de la teoría de la colonialidad del poder traerá también, sin duda, la cuestión de la dependencia de nuevo al debate.

Me restringiré aquí a abrir dos asuntos mayores: 1) el carácter contrarrevolucionario de la reconfiguración del poder capitalista que ahora se conoce como globalización; 2) el dominio de la acumulación especulativa en ese proceso.

Uno de los rasgos centrales de la globalización es la reconcentración del control de recursos de producción y del Estado, que pone término a un período de amplia desconcentración y, en buena medida, de redistribución de ambos resortes de poder societal. Eso ha sido posible por la derrota mundial de los movimientos sociales que procuraban la profundización y aún la radicalización de aquellos procesos de democratización del poder capitalista mundial, o su destrucción, así como por la desintegración de regímenes y organizaciones políticas rivales de los centros del capitalismo mundial, como en el caso del campo socialista en Europa.

En el comando de esta contrarrevolución mundial están los grupos de la burguesía financiera que han llevado a niveles históricamente sin precedentes la acumulación especulativa y que tienden al máximo desarrollo del carácter predatorio de este modo de acumulación.

La combinación de ambos rasgos de la llamada globalización implica, para lo que aquí está en debate, la presión por la des-democratización y, de ese modo, por la des-nacionalización de la sociedad y del Estado en todos los países en los cuales, debido a la colonialidad del poder, el proceso del Estado nación no pudo ser consolidado.

En la medida en que esas presiones se desarrollan, la posibilidad del desarrollo del capitalismo en todos esos países o regiones, es crecientemente recortada y en la mayoría de ellos anulada durante todo el período en curso.

El capitalismo mundial necesita hoy más que antes el Estado. Pero lo quiere lo menos democrático y nacional posible, en tanto que las tendencias a una continuada reconcentración del poder, recursos y Estado, así lo exigen, puesto que toda democratización del control de recursos y de la autoridad pública, por limitada que pudiera ser implica, necesariamente, una tendencia de desconcentración y redistribución de recursos y de autoridad.

Durante el período del capital competitivo, el patrón de poder capitalista pudo servir en Europa como el marco de procesos de democratización, tanto en las relaciones materiales como en las relaciones intersubjetivas que configuraban la sociedad del capital, mientras imponía regímenes represivos y arbitrarios sobre los demás pueblos del mundo, y es sobre la base de la sobreexplotación que el colonialismo y la colonialidad hacían factible, que la burguesía europea hiciera a sus clases medias, a sus grupos menos fuertes y a los trabajadores más organizados, el tipo de concesiones que desembocaron en el conocido Welfare State.

La reconcentración creciente y continuada del poder dentro del capitalismo mundial, sin duda afecta más a todas las poblaciones que no lograron conquistar plenamente estados-nación. Pero implica una continuada polarización de la distribución de recursos y de riqueza (ya ahora el 80% del producto de todo el mundo es apropiado por sólo el 20% de la población mundial y la concentración aumenta continuamente). Es para llevar a cabo todo eso y para defenderlo y reproducirlo que la burguesía global requiere, exactamente, que ese 80% de la población mundial esté sometida a estados no-nacionales, esto es, no-democráticos, como aparatos de administración de un vasto conglomerado de poblaciones distribuidas en países, áreas, regiones, en torno del control de los grupos globalizados de la burguesía, operando por la mediación de un reducido grupo de Estado-nación centrales.

El patrón de poder capitalista, la sociedad capitalista, desde esa perspectiva no tiene en nuestros países, ninguna posibilidad de desarrollo distinta que la que produce esa continuada concentración de poder, de desdemocratización continua de las relaciones sociales, de polarización social, de inmiseración de cada vez mayores proporciones de la población. Toda otra imagen sería, necesariamente, engañosa.

Los pueblos de América Latina, los dominados y explotados en primer término, todos aquellos para los cuales la dominación, la explotación, la discriminación son los problemas centrales de la especie, están colocados ahora delante de la necesidad de decidir si ese es todavía el camino que sería deseable.

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